EL
VALOR DE UNA FICHA NARANJA
Casino Cosmopole, Malmö. 25 de noviembre de 1983
Lars Anderson recorre las señoriales estancias
del Casino Cosmopole sintiéndose extraño en ese ambiente de triunfadores, la
élite de la ciudad. ¿Llegará a integrarse en ese mundo? Sabe que no, no va con
su carácter. Está allí para darse un premio tras el éxito de su viaje de
negocios. Es su última noche en Malmo y espera tener algo divertido que contar
cuando vuelva a su pueblo. Con ese ánimo cambia cinco mil coronas en fichas y
decide apostarlas a cara o cruz: a impar en la ruleta central. Si pierde,
volverá al hostal donde ha dormido las tres noches anteriores. Si gana,
derrochará allí mismo su ganancia.
Martin Johnson recibe la señal convenida. Se
acerca a la ruleta central, apuesta cinco mil coronas al trece y pierde.
Tras un gesto de fastidio, repite la apuesta y esta vez gana. Recibe ciento
ochenta mil coronas, que para su sorpresa le entregan en fichas negras y
moradas, mientras la única ficha naranja es para a un hombre que ha apostado a impar.
Protesta, pero nadie le hace caso.
Gustav
Kallström, detective del casino y agente del UNDK
acaba de darse cuenta del error. Las instrucciones eran entregar la ficha
naranja a un hombre de unos cuarenta años, delgado, chaqueta azul, gafas de
pasta negra, que apostaría al trece y llevaría una pajarita azul. Los
crupieres lo han confundido con un hombre que cumple con esa descripción,
aunque apostó a impar, y viste una pajarita color verde.
Linda
Monroe felicita al ganador de la ficha naranja con un apretado abrazo y un beso
en la mejilla, no lejos de la boca. Él, sintiendo el cosquilleo del beso, acaba
de decidir qué le gustaría lograr con su ficha naranja.
Todas
las piezas de la partida se concentran en el bar. Martin, el de la pajarita
azul, bebe champagne con Anna, una de esas mujeres que suelen merodear por el
casino esperando que algún ganador les regale alguna ficha que perderá al
black-jack. A la otra no la conoce, es una pelirroja que parece amiga de Anna.
Lars, con su pajarita verde, ríe y brinda con champagne con una mujer
espectacular. Deduce que la mujer es de la CIA, ya que de otro modo Jones, que
finge beber whisky con cara de pocos amigos, no estaría tan tranquilo. Dos
tipos serios con traje oscuro beben naranjada. Al más mayor lo reconoce como
agente del KGB.
Gustav se siente como el árbitro de la partida,
un árbitro parcial, pues en un momento dado tendría que ayudar a ganar a la
CIA. Por ello está atento a los siguientes movimientos, que llegan cuando Linda
toma de la mano a Lars y le dirige hacia el ascensor, sabe que con destino a la
habitación 224. Poco más tarde Martin, el contacto de la CIA sale del bar con
las dos mujeres, rumbo a la 513.
Jones permanece en su rincón. De origen galés es aficionado
al buen rugby y así ejerce su profesión, actuando rápido y combinando bien y,
cuando es necesario, sabe salir de las melées con el balón controlado hasta
llegar a la línea contraria sin reparar en nada ni nadie. Los de la KGB piden
otra naranjada.
En la habitación 224, Linda sienta a Lars,
mientras ella, bailando música inaudible, desata la tira que sujeta su vestido sobre
el hombro derecho. Luego la que la sujeta al izquierdo y va dejando que el
vestido color malva caiga hasta sus caderas. ¿Qué me darás para que siga?
Lars, tragando saliva, ofrece la ficha de color
naranja. Ella la recoge, la guarda en su bolso y vuelve a colocarse el vestido.
Lars, sorprendido, oye hablar a Linda de algún peligro y que no debe salir de la
habitación. Y, antes de marcharse, deposita un suave beso para cerrar la boca
del desencantado hombre.
Martin da paso a su habitación a las dos mujeres.
Cuando él entra sale solo hay una, la pelirroja de acento extraño, que, con un
gesto de cabeza, conduce su mirada hacia la derecha de la cama. Allí yace la
bella Anna con rictus de sorpresa y una herida de bala en la frente. Al volver
a mirar a la mujer de acento extraño, ella le está encañonando con un revólver
y le exige la ficha naranja. Él niega tenerla, pero ella dice saberlo todo. Que
se ha trucado la ruleta para que él ganara y así darle las claves de la
frecuencia de comunicaciones del KGB en una ficha naranja. Él intenta
explicarlo, pero no sabe cómo. Bromea recordando que alguien dijo que La
verdadera explicación, sencillamente no se puede explicar .
El estallido es absorbido por un silenciador,
pero la rodilla de Martin queda destrozada. Ella, que no está para bromas, vuelca
el contenido de los bolsillos de la chaqueta de Martin sobre la cama, una
lluvia de fichas negras, moradas, verdes y azules, ninguna naranja. Y golpea al
hombre que se duele junto al cadáver de Anna.
Jones comprende, por la señal que hace Linda
desde la puerta del bar, que ella tiene la ficha naranja. Tras unos segundos cae
en la cuenta y sale del bar apresuradamente. Los hombres del traje oscuro salen
tras él. Gustav, el detective les sigue discretamente.
La mujer ha revuelto la habitación sin encontrar la
ficha naranja y, por pura rabia, dispara contra la rodilla sana de Martin. La puerta
de la habitación se rompe y el maltrecho Martin siente caer sobre él a la
pelirroja y como se inunda su pecho por un fluido espeso. Es la vida que brota
desde la herida que ha desfigurado el rostro de la mujer. Jones urge a Martin a
salir y al comprobar que su contacto tiene destrozadas las rodillas grita ¡Mierda!
y se oculta en el cuarto de baño. No tardan en irrumpir en la habitación dos
tipos con traje oscuro. El más joven intenta socorrer a su compañera. El más
mayor, tras revisar la habitación se dirige al cuarto de baño, cayendo a plomo
apenas introduce la cabeza.
El detective del casino, pistola en mano, aparece
exigiendo con un resuelto grito que todos queden quietos. El joven de traje
oscuro deja el cadáver de su compañera en el suelo y levanta las manos. Jones también,
aunque con sonrisa burlona. Martin pasa del sollozo al llanto abierto.
Jones dice necesitar una copa a la que invita a
sus colegas, tanto al enemigo vencido como al detective del casino. Los tres se
marchan, dando palabras de ánimo a Martin, a quien aseguran que enseguida será atendido.
La noche, que comenzó llena de expectativas,
anuncia su veredicto con el sonido de las sirenas. Martin recuerda que la
ruleta había alterado su curso para regalarle un triunfo, él solo debía canjear
su ficha naranja por dos moradas con la agente Linda y disfrutar de ciento
ochenta mil coronas y de la confianza de la CIA para futuras misiones. Algo
sencillo, pero que no lo había logrado. Su ganancia eran solo una serie de
fichas de plástico desperdigadas por la habitación, estaba tumbado, inválido,
entre dos bellas mujeres, una de las cuales le miraba con una expresión
congelada de sorpresa.
Lo siento Anna, viniste a
mi habitación buscando placer y dinero y no he sido capaz de dártelo. Tú, al
menos estás muerta, yo, en cambio, estoy acabado.
Y
esforzándose hasta alcanzar la pistola que poco antes le amenazaba, decide
ejecutar lo que la mujer de acento extraño no hizo.
Suena, atenuado
por el silenciador …
En el bar, un brindis entre Jones, Gustav y un
joven espía, dispuesto a cambiar de bando.
Y en la habitación 224 un tenue sonido de sábanas producido por Linda al acostarse, que despierta a Lars.